Así aprendí a no dar por sentado la geografía de la ciudad

Mudarme a Vancouver desde Caracas sorpresivamente estrechó mi relación con la playa, pero ¿por qué?

Es sábado por la mañana y estoy despierto temprano. Hay que preparar algunas bebidas y comidas, un bolso con toallas, juegos y quizás sombrillas y sillas. No debo olvidar llenar el tanque de gasolina y revisar el aire de las llantas del auto. Hoy es día de playa y quién sabe qué puede haber en el camino.

De alguna u otra forma, la larga lista de cosas que ordenar y planificar antes de “bajar a la playa” desde Caracas siempre me hizo sentir que la playa no era tan accesible como parecía. Al viaje de una o dos horas de ida y vuelta se sumaba el estrés y cuidado que implicaba la preparación de dicho viaje, haciendo que ir desde la ciudad a la playa sea una experiencia compleja y, a veces, problemática. Para mi y quizás para muchos otros, pese a vivir en la cercanía de algunas de las mejores costas del mundo, la playa siempre fue un destino y no parte de mi día a día.

Ahora, con dos años viviendo en Vancouver, mi relación con la playa ha cambiado significativamente. Cuando pienso en un lugar para pasar el rato, la playa siempre es una opción independientemente de si meterme en el agua es parte del plan o no. La playa también se ha convertido en mi espacio para trotar y hacer ejercicio e incluso, más de una vez, he estado de paso por la zona con un poco de tiempo de sobra y, sin pensarlo demasiado, me he detenido a descansar o comer frente al mar.

Foto: Andrés Peñaloza. La playa English Bay en Vancouver cuenta con mobiliario hecho de troncos para sentarse, canchas de volleyball de playa y espacio dedicado para peatones con bancos cada 20 metros aproximadamente.

Aunque ciertamente la distancia geográfica tiene mucho que ver en mis diferentes percepciones de cercanía con la playa, hay mucho más que eso. Siempre tuve la misma sensación de separación con el Cerro El Ávila a pesar de que nunca viví a más de 20-30 minutos de él.

Entonces, ¿por qué esta diferencia? ¿Qué explica este cambio de relación con mi entorno geográfico inmediato?

Separados más allá de la distancia

La forma en la que Caracas funciona hacía de El Ávila un hermoso destino para mi pero, por ningún motivo, parte mi día a día. La lista de actividades disponibles para hacer allí siempre fue bastante reducida y con poca accesibilidad. Si bien es cierto que muchos caraqueños visitan El Ávila casi a diario, la gran mayoría lo hacen como parte de su rutina de ejercicios utilizando las pocas rutas de montaña que ofrece, pero no mucho más. Un destino dentro de la ciudad.

Esta separación de El Ávila con la ciudad, es reforzada por la Avenida Boyacá (Cota Mil), una de las vías expresas más importantes de Caracas. Esta sirve como una barrera física y funcional que separa la trama urbana de la montaña a lo largo de toda su extensión, dando la sensación de que esa precisamente era la intención al planificar la ciudad. Que la montaña sea la montaña y la ciudad, la ciudad.

Fuente: Elaboración propia. Límite entre Caracas y el Cerro El Ávila por medio de la Avenida Boyacá.

Si bien es cierto que la geografía del territorio determina la forma en la que se desarrolla un asentamiento urbano, en mi experiencia, muchas veces termina representando un reto que sortear, más que una oportunidad para el fortalecimiento y diversificación de las dinámicas urbanas. Como caraqueño, mi apego a El Ávila es por la admiración del paisaje y no por el provecho que le sacaba.

La geografía en favor de la ciudad

Vivir en Vancouver me ha demostrado que hay formas efectivas de sacarle provecho a la geografía de forma que permita su disfrute por una mayor cantidad de personas. Para los habitantes de esta ciudad, la playa forma parte de su día a día sin importar que dos tercios del año son fríos, poco iluminados y lluviosos (¡sin contar la nieve de febrero!). Esto se debe a un esfuerzo institucional de fortalecer el vínculo de las personas con el borde costero mediante  la implementación de estrategias de movilidad y acondicionamiento del espacio público.

Un ejemplo de ello es el Seawall de Vancouver, al cual hicimos referencia hace un tiempo en Transecto como uno de los casos más exitosos de riberas urbanas. A través de 22 Km de caminerías, bici-rutas, parques y plazas, conecta seis playas diferentes y se ha convertido en mi espacio predilecto para trotar.

Al mismo tiempo, una buena parte de las áreas de mayor actividad económica de la ciudad, como el centro financiero y los vecindarios de Kitsilano y West End, cuentan con todo tipo de ciclo rutas, plazas y algunas recientes calles peatonalizadas que comunican directamente con el Seawall y por ende, con la playa.

Fuente: Elaboración propia. Todo el frente marino de Vancouver está interconectado por medio de playas, parques y rutas peatonales.

Tras dos años completos en estas tierras, la experiencia de interactuar con este circuito de espacios públicos en la costa me ha permitido entender mucho más sobre la relación de los vancouveritas con la playa, la cual fue particularmente evidente durante el reciente verano, en donde el acceso a estos espacios abiertos ofrecieron una gran alternativa para el esparcimiento con distanciamiento físico durante los meses más críticos de la cuarentena por el Covid-19.

Foto: Andrés Peñaloza. Playa Sunset es un ejemplo de la integración de parque y playa, potenciando una gran diversidad de actividades en la zona.

Acondicionamiento y versatilidad

Muy al contrario de lo que mis prejuicios caribeños me indicaban, he aprendido a disfrutar de la playa en las condiciones climáticas menos tropicales. Durante los meses fríos (con temperaturas entre cero y cinco grados centígrados) la playa no ha dejado de ser una opción para la recreación. La posibilidad de hacer pequeñas fogatas en áreas protegidas permite que estos espacios no queden totalmente deshabitados por dos tercios del año aunque, muchas veces, una buena manta es más que suficiente para disfrutar de la vista que te ofrece la costa.

Foto: Andrés Peñaloza. En la Playa Jericho, algunas orillas rocosas brindan la oportunidad de hacer pequeñas fogatas que se apagan con la subida de la marea.

Con el acondicionamiento apropiado, las playas y sus alrededores se mantienen relevantes para la población de Vancouver, pasando de ser campos de volleyball o ultimate y tomar sol en el verano, a albergar grupos haciendo pequeñas fogatas para charlar en los meses más fríos. De esta forma, en Vancouver se ha consolidado un entendimiento cultural de las playas como parte inalienable de la trama de espacios públicos de la ciudad, lo que me ha llevado a imaginar lo que podría llegar a ser Caracas si se repensara el límite entre la ciudad y El Ávila.

¿Qué tanto podría cambiar la relación de los caraqueños con El Ávila si, más que un paisaje admirable con una que otra ruta de montaña, fuese parte del sistema de espacios públicos, con múltiples posibilidades de subir y admirar la ciudad desde diferentes puntos a todo lo ancho (y alto) de su extensión? ¿Qué tanto mejoraría la movilidad de Caracas si El Ávila ofreciera un sistema de espacios públicos con caminerías y ciclorutas que conectara el este y el oeste de la ciudad?

¿Qué pasaría si El Ávila no fuese sólo un destino y los caraqueños tuviesen una relación con ella como la que ahora tengo con la playa en Vancouver?


Foto de portada: Andrés Peñaloza.

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