Humanos y basura: reconfigurando la ciudad por medio de los residuos

Esta comunidad flotante en Copenhague plantea un modelo de vida sostenible aprovechando botes desechados.

Desde hace casi una década, en el centro de la ciudad de Copenhague, una comunidad se ha asentado en el área de «Fredens Havn» (Puerto de Paz) o «Puerto Pirata», como algunos la han denominado. Esta agrupación de barcos y módulos flotantes se ubica casi como una extensión marítima del barrio de Christiania, una zona alternativa en el centro de la capital danesa donde se habita de manera «libre» o más bien autónoma. La «ciudad libre de Christiania» (Fristad) es conocida por gobernarse de manera independiente al Estado danés, reconocida sobre todo por permitir la libre venta de drogas blandas (como la marihuana y el hachís) y donde sus casi 1.000 residentes llevan una vida semi-rural en medio de la ciudad. 

A pesar de que ambas comunidades habitan espacios antiguamente usados por militares, Fredens Havn se caracteriza por su diversidad cultural donde todos tienen en común el «flotar», de forma literal y filosófica, en un espacio libre o «Fristed». Muchos de ellos han tenido un pasado duro donde han terminado en la calle y estos botes les han permitido tener algo más de estabilidad; otros han elegido vivir ahí para estar más cercanos a la naturaleza, y otros simplemente han adoptado estilos de vida más simples que los derivó a esta zona. Es un lugar que a primera vista puede ser impactante, pero que cuando se entiende y conoce a profundidad su estilo y forma de vivir, fascina y seduce. 

Foto: María Francisca Calderón.

Muchos de los habitantes reutilizan botes antiguos llamados «Kronebaade» (botes de un centavo) y los adecúan a sus formas de vida, teniendo un estilo de vida bastante sustentable. Entre las personas que lo habitan, quienes solían estar ahí y amigos externos, han creado una comunidad a base de la compañía y reciprocidad. Luego de sus reuniones coordinadas dos veces al mes, se proponen nuevas metas para el área, donde se discuten desde temas personales hasta aquellos referidos a la limpieza y embellecimiento del lugar. El orden físico del sector ha sido un gran tópico que ha llevado bastante tiempo y energía. El punto de partida ha sido la recolección de basura externa que termina en los bordes de los botes o en las plantas por corrientes de agua que trasladan la mugre de la ciudad y la concentran en el puerto. Luego han debido continuar con la limpieza de la calle que los conecta hacia el resto de la ciudad. Como grupo se han organizado para crear un área común en tierra, «El jardín». Recuperando la tierra abandonada y dañada después del paso de militares en la zona hace más de 300 años, han reconfigurado el área destinando espacio para cultivos, lugares de encuentro, cocina común y arte. «Queremos que los niños y las madres vengan a sentarse aquí» dice Di, una amiga del Puerto.

Fotos: María Francisca Calderón.

Sin embargo, la comunidad flotante ha provocado diversas polémicas con los vecinos del lado opuesto, quienes viven en las pudientes residencias privadas de Holmen. Estos últimos han expresado a las autoridades locales su molestia con este grupo que se instala de forma gratuita y que, según ellos, resulta desagradable. Han denunciado la forma desordenada, sucia y ruidosa en la que viven, consiguiendo que los políticos intercedan por ellos para la expulsión de quienes han decidido habitar el puerto en su plenitud.

Un artículo publicado por el medio nacional TV2 refleja la contraposición que existe entre vecinos y habitantes de la comunidad. Mientras los primeros «están enfadados por tener vistas a un ‘vertedero flotante’ y consideran que el puerto libre es un cementerio de barcos perjudicial para el medio ambiente, que prefieren que se elimine por completo», los habitantes indican que han dedicado mucho trabajo y esfuerzo en la construcción de la comunidad y que tampoco están de acuerdo en que haya restos de botes que sean perjudiciales para el medio ambiente. En efecto, Esben Banke, uno de los residentes, señala en el mismo artículo «financiamos una gran limpieza en 2016, donde con la ayuda del barco ambiental Selma retiramos 30 toneladas de desechos del puerto». Además, Banke organiza anualmente una gran limpieza conjunta entre todos los residentes, la cual se desarrolla los fines de semana de primavera hasta el 1 de abril cuando comienza la temporada de reproducción de las aves acuáticas.

Foto: María Francisca Calderón.

Aprovechar los desechos

Si buscamos la definición de los nombres que políticos y vecinos han utilizado para referirse al puerto, podemos hacer un amplio análisis. Según el Dicionario de Cambridge, la basura como sustantivo se entiende como «cualquier cosa que no tiene valor y es de baja calidad; desperdicio», «material de desecho o cosas que ya no se quieren o necesitan». Si buscamos la palabra desperdicio podemos encontrar: «un uso innecesario o erróneo de dinero, sustancias, tiempo, energía, habilidades, etc.», o también «materia o material no deseado de cualquier tipo, especialmente lo que queda después de que se hayan eliminado las sustancias o partes útiles», «un mal uso de algo valioso de lo que sólo se tiene una cantidad limitada», y por último «los residuos humanos son excrementos».

Foto: María Francisca Calderón.

Si las preconcepciones de estas palabras son comunes para ellos y para nosotros, ¿en qué difieren las perspectivas de ambas comunidades? 

Para todos, el retrete es un lugar de eliminación de residuos. Para algunos no tiene mayor vida útil y debe ser transportado con agua potable a un vertedero para ser «eliminado». Para otros, sin embargo, es un elemento clave para devolver la vida a la tierra infértil. En Fredens Havn, la mayoría de los habitantes cuentan con un retrete hecho con un bote de pintura en el que se mezcla la tierra con los excrementos y una base corriente para sentarse. Una vez que el recipiente está lleno, se transporta a un cubo de basura común donde se recogen los residuos orgánicos y se reciclan para su uso en el jardín comunal. Parece ser que la percepción de la caducidad y la vida útil de los materiales viene determinada por el sentido de la estética y la utilidad de cada individuo. 

Según estadísticas europeas, Dinamarca, un país de casi 5.800.000 habitantes, lidera el ranking de generación de desechos en Europa con 844 kg de residuos per cápita, seguido de Luxemburgo con 791 kg y Noruega con 766 kg. Mientras las sociedades del «primer mundo» diseñan estilos de vida de derroche y sobreacumulación de desechos, otras esferas de la sociedad se abren a nuevas concepciones sobre la basura, donde la mayoría de los ciudadanos permite la vida casi gratuita de otros. Así, con materiales reutilizados recogidos en las calles, en los cubos de basura de la escuela de arquitectura, en las tiendas de segunda mano de Christiania o con regalos de amigos y cercanos, los habitantes de esta comunidad vuelven a dar vida a miles de desechos. Algunos de ellos, como Esben o Ørn, han utilizado uno de sus módulos flotantes como espacios de trabajo, con estructuras ligeras que montan en barcos encontrados o donados.

Fotos: María Francisca Calderón.

La doble percepción sobre los desechos y su uso

En el libro «Materialidad y sociedad» Tim Dant (2004) también reflexiona sobre la relación entre el ser humano y las cosas, y cómo ésta define las relaciones y crea sociedades.

«A nuestra cultura le fascina tanto lo antiguo como lo nuevo, por lo que atesoramos recuerdos de la vida pasada de nuestras familias y adquirimos objetos antiguos o simplemente viejos para amueblar y decorar nuestras casas. Lo que antes era «basura» se recicla, no tanto para evitar el despilfarro como para mantener la continuidad con nuestro pasado cultural. Los museos y las colecciones recogen y organizan la historia de nuestra civilización material, permitiéndonos maravillarnos de lo lejos que hemos llegado; el equipamiento de hace una generación se ha convertido en algo anticuado y de interés por su contraste con lo que usamos ahora».

Una lata de cerveza, botellas de queroseno para hacer fuego, un acordeón y muchos objetos de segunda mano son el mejor refugio para algunos.

Lo que para muchos puede ser una acumulación de suciedad y desorden, para el islandés Ørn significa un espacio de desconexión de un duro pasado que implicó la muerte de dos de sus hijos y de su mujer. Esta obra es para él un descanso y un refugio donde distraerse contemplando la naturaleza y creando nuevos proyectos que vuelvan a dar sentido a su vida.

Foto: María Francisca Calderón.

En Japón existe una expresión llamada Wabi-Sabi, utilizada para definir el arte de lo imperfecto, modesto, no tradicional. Leonard Koren (1994) en su libro «Wabi-sabi for artists, designers, poets & philosophers» explica el término tan parecido al arte expuesto en el puerto estudiado.

«Un mercado exótico basado en el oscurantismo estético (…) Momento en el que la ‘naturaleza’ -la flexibilidad, la rigidez, la dureza, etc. – o el ‘alma’ de la hoja se crea realmente. (p.18) (…) ‘rústico’ como ‘arte primitivo’ (…) El Wabi Sabi casi nunca se utiliza de forma representativa o simbólica (p.21)».

Foto: María Francisca Calderón.

Esta realidad que resulta tan contradictoria a los ciudadanos de Copenhage hace visible la realidad de muchas ciudades que son referencia de estética y urbanismo pero que, sin embargo, cargan una gran sombra detrás de ellas. Esta comunidad flotante ha roto los paradigmas de la sociedad danesa, mostrando de manera indirecta problemas y realidades de la sociedad: el consumismo de algunos, la poca capacidad habitacional de la ciudad, la diversidad de formas de habitarla según sus cualidades geográficas, entre otros. Han sido pioneros en la relación con la basura bajo el concepto de DIY (Do it yourself) y las concepciones de Urbanismo estático y «predictivo», al ser una agrupación de estructuras capaces de adecuarse a las condiciones climáticas y sociales, mutando día a día como células en sus procesos de Autopoiesis.


Foto de portada: María Francisca Calderón.

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