Un grupo de animales despierta de su hibernación y descubre que su preciado hábitat ha sido invadido por los humanos. Su bosque está ahora rodeado por suburbios, siendo el único espacio verde restante en el centro de un grupo de viviendas estéticamente iguales, adornadas con vegetación y esculturas de animales artificiales. Su subsistencia depende de aventurarse en la jungla de cemento, un hábitat desconocido hasta ahora, con el propósito de conseguir alimentos. Esta es la premisa de la película Vecinos Invasores (2006), una representación lúdica que aborda el conflicto entre el explosivo crecimiento de los centros urbanos y la conservación de la biodiversidad.
El aumento de avistamientos de animales silvestres en las ciudades es comúnmente retratado en los medios de noticias como una especie de invasión de la vida salvaje pero, así como en Vecinos Invasores, no siempre es el caso que los animales lleguen repentinamente a las ciudades sino que, al contrario, son las ciudades las que van invadiendo su hábitat. Los seres humanos ocupamos cada vez más territorios que antes eran exclusivos de la fauna, ahuyentándola y sometiéndola muchas veces a procesos que representan un peligro para su conservación. En la medida en que cesamos nuestra actividad, como observamos en los meses de cuarentena, las especies se aventuran en nuestros territorios urbanizados. Así, temáticas como la conectividad de los paisajes que anteriormente se consideraban exclusivas de los ecosistemas silvestres, se van tornando cada vez más relevantes en los procesos de desarrollo urbano.
Paisajes desconectados
La rápida expansión de las ciudades en todo el mundo avizora que en los próximos 30 años el 68 % de la población vivirá en zonas urbanas. La extensión del paisaje urbano es considerada una de las principales causas de cambio ambiental. Gran cantidad de tierras se encuentran pavimentadas, sin vegetación y modificadas por actividades como la tala y otros usos de carácter industrial. Un informe elaborado por The Nature Conservancy, Future Earth y The Stockholm Resilience Center evidencia que, si las tendencias actuales continúan igual hasta el 2030, el crecimiento urbano amenazará a más de 290.000 km2 de hábitat natural, un área más grande que Nueva Zelanda.
Las ciudades tienden a destruir los ecosistemas sobre los cuales se establecen. La flora y fauna es proclive a desaparecer con la urbanización, a desplazarse o a adaptarse al nuevo ambiente urbano. Pero el problema fundamental radica en que la fragmentación del hábitat natural conduce a mayores tasas de extinción de la fauna, altera la diversidad genética, irrumpe con las rutas migratorias de los animales y crea islas desconectadas que presentan mayor vulnerabilidad para ellos.
La conectividad del paisaje permite que los animales puedan desplazarse para encontrar comida, agua, refugio y parejas, pero la reorganización de este, producto de la expansión urbana, aunado al cambio climático, presenta nuevos obstáculos para los animales que deben movilizarse distancias cada vez más largas por territorios a veces desconocidos.
La construcción de infraestructuras como carreteras y autopistas tienden a fragmentar los hábitats naturales de muchas especies, exponiéndolas a numerosos peligros. Foto: Barret Hedges.
¿Quién invade a quién?
La baja movilidad de la población durante los meses de cuarentena propuso un nuevo escenario ecológico para la fauna que habita en la periferia urbana. Observamos un jabalí paseando en el centro de Barcelona, ciervos conquistando las calles de Nara en Japón, cabras apoderándose de localidades en Gales y muchos otros animales en distintas ciudades cambiaron su comportamiento dadas las bajas tasas de movilidad.
Aunque durante los meses de cuarentena estas visitas fueron documentadas con entusiasmo por parte de los residentes, la percepción humana respecto a la fauna que coexiste con nosotros es bastante acotada. Este desconocimiento se traduce muchas veces en temor por especies con las que usualmente no estamos acostumbrados a compartir nuestro espacio. Vivimos en entornos urbanos rodeados de flora y fauna que normalmente no son autóctonas del lugar, lo cual nos va desconectando del entorno biológico nativo. Un ejemplo en el que los animales se han visto acorralados por la ciudad es el estado de Florida (EEUU) donde es recurrente observar cocodrilos que se aventuran por los parques cercanos a los pantanos donde habitan, generando curiosidad y asombro en los vecinos.
Los avistamientos de animales salvajes suelen causar preocupación en los residentes urbanos pero lo cierto es que ellos se adaptan con mayor velocidad a nuestra vida urbana que nosotros a sus exploraciones por la ciudad. Algunas especies como los pumas, que se han avistado incursionando por las calles de la capital chilena, son capaces de adaptarse a distintos hábitats en función de la disponibilidad de recursos como alimento y agua. Los monos en la ciudad de Jaipur, India, se han aclimatado a la vida urbana, robándole comida a los locales en los espacios públicos. En los Países Bajos las garzas forman parte del paisaje y, aunque acostumbran a cazar su alimento en lagos, en Ámsterdam han adoptado una técnica más urbana que consiste en acechar a los camiones de basura.
En muchas ciudades se ha ido comprendiendo que estos animales que cohabitan con nosotros no necesariamente representan un peligro. Por ejemplo, la ciudad de Chicago estableció en 2016 que los coyotes urbanos son un beneficio ya que, además de no registrarse muchos ataques a humanos en los últimos 16 años, contribuyen a combatir la sobrepoblación de ratas y gansos. Lo mismo sucede en el pueblo de Harar, Etiopía, en donde los residentes han logrado domesticar a hienas moteadas entablando una relación de confianza, las cuales se han convertido en parte fundamental de la sanidad ya que devoran la basura de las calles. En otras comunidades como en el pueblo de Estes Park en Colorado (EEUU) la intrusión de animales es recibida con celebración. La masiva visita anual que realizan los alces de las altas montañas entre septiembre y octubre ha propiciado un festival anual que les da la bienvenida al pueblo, atrayendo a cientos de turistas e impulsando la economía local.
Más allá de la capacidad de adaptación que tengan algunas especies a la vida urbana es fundamental cuestionarse: ¿somos nosotros un peligro para ellas?; ¿qué podemos hacer para mejorar nuestra relación?
Cohabitar el espacio
Mantener los paisajes conectados y reconectar fragmentos aislados es crucial para salvaguardar la biodiversidad. Durante las últimas décadas un movimiento de «conectividad» y protección ha ido cobrando impulso, aunque de forma silenciosa. Mencionamos algunas iniciativas emprendidas:
- Establecer áreas protegidas: aunque muchas ciudades establecen áreas protegidas en sus instrumentos de planificación, la presión por la expansión urbana y el desarrollo inmobiliario ha ido impulsando un proceso de cambio en las normativas para extender el límite urbano. Son necesarios esfuerzos como la Iniciativa de Conservación de Yellowstone a Yukon (Y2Y), una organización transfronteriza cuyo objetivo es proteger una región de 3.200 km entre Estados Unidos y Canadá. Por su parte, en Europa existen redes de áreas protegidas como Natura 2000, la cual se extiende a lo largo de aproximadamente el 18% del territorio de la Unión Europea.
- Determinar hábitats críticos en los procesos de planificación urbana: levantar información para determinar dónde se localizan las especies vulnerables es fundamental para aunar esfuerzos para su conservación. Investigadores de la Universidad McGill están utilizando modelos informáticos para identificar hábitats críticos en la localidad de St. Lawrence, Montreal. El modelo incorpora los requisitos de hábitats para las especies y el grado de conectividad, en miras de integrar esta información en la planificación del suelo urbano. También es fundamental garantizar que la conexión entre los hábitats críticos perdure en el tiempo al considerarlos dentro los procesos de expansión urbana.
- Construir corredores verdes: establecer y potenciar cinturones verdes y azules (vías de vegetación y fluviales) son fundamentales para asegurar la conectividad de paisajes. Cada especie tiene un patrón de movimiento diario y estacional, así como distintos métodos para atravesar un paisaje para encontrar comida, agua y refugio, por lo que es fundamental protegerlos para evitar producir islas de hábitats que los vuelva más vulnerables. Un ejemplo de este tipo de iniciativas es el proyecto ILEAU (Interventions Locales en Environnement et Aménagement Urbain) que está convirtiendo una zona industrializada llamada Anjou, en Montreal, en un modelo de cinturón verde y azul. También está construyendo un pequeño corredor verde entre una escuela y una iglesia y transformando espacios debajo de las líneas eléctricas o de trenes elevados en ecosistemas prósperos.
- Construir puentes: la infraestructura que construimos en nuestras ciudades como carreteras y autopistas tiende a fragmentar el hábitat natural. Desde hace varias décadas, los conservacionistas han construido puentes y túneles para la vida silvestre que no solo los ha ayudado a evadir la muerte, sino que ha facilitado la migración de especies. Hoy en día los Países Bajos cuentan con más de 600 cruces de puentes y túneles para animales. Algunos eco-innovadores se han asociado con compañías de gas para instalar tuberías circulares debajo de las carreteras, los cuales funcionan como caminos subterráneos para zorros. Desde la perspectiva económica, los expertos estiman que cada año más de un millón de vehículos impactan animales grandes en EEUU, lo que cuesta más de $8 mil millones en reparaciones y lesiones (siempre a favor de los humanos). Es por ello que en algunas ciudades como Utah se están construyendo puentes sobre las autopistas para reducir los accidentes de tránsito.
- Fortalecer la educación ambiental: el rápido deterioro de los ecosistemas silvestres en las proximidades urbanas está aumentando la necesidad de fortalecer la educación ambiental centrada en la vida silvestre. Desde temprana edad los niños requieren una experiencia cercana con la biodiversidad para apasionarse por su protección y conservación, pero el principal inconveniente reside en que pasan cada vez menos tiempo al aire libre y no existen programas escolares que impulsen esta vinculación. La educación ambiental no solo radica en enseñar los procesos ecológicos y de conservación, sino generar conciencia sobre las señalizaciones y advertencias que indican la presencia de cierto tipo de fauna en el entorno, cómo se comportan distintos tipos de animales y qué implica desplazarse o residir en un territorio biodiverso. En Austin, Texas, los residentes se congregan en el centro de la ciudad para ver el surgimiento nocturno de 1,5 millones de murciélagos, lo cual representa una oportunidad para la educación ambiental. La actividad ha sido tan exitosa que la ciudad ahora tiene una estatua de murciélago, recorridos en barco fluvial para observarlos, un festival anual de murciélagos y un equipo de hockey con el murciélago como mascota.
En Christmas Island, Australia, se construyó un puente de plástico de cinco metros de altura para que los cangrejos rojos puedan migrar en la época de apareamiento a entornos seguros. Foto: Wikimedia Commons.
Planificar la biodiversidad
La urbanización ha sido un importante impulsor de la pérdida de hábitat en las últimas décadas, pero esta tendencia se puede alterar si comprendemos que la planificación del crecimiento urbano no debe ser sólo para los humanos, sino que debe incluir un entendimiento del entorno natural con el que cohabitamos. Incorporar información sobre la biodiversidad y los ecosistemas en la planificación espacial es primordial para lograr un crecimiento sostenible que proteja el hábitat natural y brinde bienestar colectivo.
Una gestión cuidadosa de las áreas protegidas de las ciudades, la generación de espacios verdes y corredores naturales, la integración de la naturaleza en el diseño urbano, son solo algunas iniciativas que podemos emprender para transitar hacia un equilibrio más integral entre las actividades urbanas y el hábitat de la fauna que coexiste con nosotros. Pero como todas las iniciativas que se emprenden en las ciudades, este proceso requiere la integración de acciones en múltiples niveles de gobierno, así como de múltiples disciplinas y sectores de la sociedad.
La ecología salvaje de las ciudades y la interacción de los animales con el entorno urbano representa un nuevo campo de estudio, por lo que aún hay mucho que aprender. Por el contrario, lo que sí sabemos con certeza es que cada año la expansión de las ciudades continúa y, lejos de crear barreras para impedir que los animales habiten en un territorio al que pertenecen, debemos promover y proteger la vinculación entre ambas formas de interactuar con el entorno.
Foto de portada: Christopher Furlong / AFP.