Desde el anuncio de las primeras medidas de cuarentena masiva en Wuhan hace un par de meses, han surgido nuevas conversaciones sobre el impacto que pueden tener los brotes de enfermedades y pandemias en la economía y nuestra forma de vida.
Debido a su facilidad de contagio, el coronavirus ha generado cierto miedo al encuentro y a la densidad, a que estemos juntos en los lugares que están pensados para que actuemos de forma colectiva. Mucha razón tienen al decir que “las pandemias son inherentemente anti urbanas”. Hoy, cuando el mundo supera los 800 mil casos confirmados, las imágenes de ciudades vacías alrededor del mundo no dejan de sorprendernos, pero nuestras áreas urbanas, más allá de ser las más afectadas, también se han adaptado y demostrado su capacidad de enfrentar la crisis.
Ahora bien, el problema de la densidad no es tan simple como parece. A pesar de que se han realizado muchos estudios buscando una relación entre densidad poblacional y propagación de enfermedades, no hay un consenso definitivo, pues existen muchos otros factores que entran en juego. Después de todo, las ciudades también ofrecen ventajas ante estas situaciones, como mayores tasas de vacunación, infraestructura de sanidad, disponibilidad de servicios, mejor acceso al sistema de salud, entre otros.
Lo cierto es que la forma en la que vivimos nuestro día a día y pensamos las ciudades puede cambiar después de esto. Ya ha pasado antes. Históricamente, el urbanismo siempre ha evolucionado para dar respuesta a crisis de salud y preocupaciones sobre el bienestar físico de sus habitantes, desde la invención de la zonificación, hasta los sistemas de cañerías, todas son innovaciones del espectro urbano que responden a una necesidad en el ámbito de la salud pública, y hoy, podemos ver como nuestras ciudades se enfrentan a un nuevo reto.
Barcelona en cuarentena por el coronavirus. Foto: José Luis Siavichay.
Mantener a las ciudades en movimiento
Debido a que el virus puede propagarse a través de gotas de saliva cuando se tose o estornuda, muchas personas han decidido dejar de usar el transporte público por las probabilidades de contagio. En Estados Unidos se estima que el uso del transporte público ha disminuido hasta un 74 por ciento, comparado con sus niveles regulares.
Ante esto, ciudades de todo el mundo han diseñado un sinfín de estrategias para mantener a sus pasajeros seguros, desde hacer del uso de mascarillas algo obligatorio, hasta implementar múltiples jornadas diarias de sanitización de las unidades de transporte. Estambul, por ejemplo, ha desplegado unidades de higienización y cientos de personas para desinfectar constantemente la infraestructura pública: parques, plazas, bibliotecas, centros culturales, etc. Además instalaron máquinas dispensadoras de desinfectante para manos en más de 40 estaciones de Metrobus, su sistema de BTR, en el que circulan más de cinco millones de personas diariamente.
Para evitar el contacto entre quienes abordan y salen de las unidades, la ciudad ha establecido también que las personas ingresen a las unidades sólo por las puertas delanteras de los buses y salgan sólo por las puertas traseras. Además, las autoridades marcaron el piso de las estaciones indicando la distancia a la que se tienen que colocar las personas para respetar el distanciamiento de un metro recomendado por la Organización Mundial de la Salud.
A este esfuerzo de reducir la expansión del virus también se han sumado algunas compañías de micromovilidad compartida, que han decidido suspender sus servicios en varias ciudades del mundo para ayudar a controlar la pandemia. Pero la situación pone a esta industria en un gran debate, pues otras compañías, por el contrario, se han mantenido operativas ya que consideran que muchas personas aún requieren de estos servicios, incluyendo enfermeras y trabajadores de automercados que son considerados de alta necesidad.
Las alternativas de movilidad
Un fenómeno interesante es que, durante este proceso, algunas ciudades han experimentado un incremento considerable en la cantidad de personas usando bicicletas para desplazarse. El sistema de préstamos de bicicletas de Nueva York, Citi Bike, ha tenido un aumento en la demanda de 67 por ciento en comparación a años anteriores. Sin embargo, este efecto no es universal. Otras ciudades, como Seattle, han registrado una reducción en el número de ciclistas, pero expertos asocian la diferencia radical con Nueva York a dos factores fundamentales: la extensa red de infraestructura preexistente para la movilidad en bicicleta que ofrece esta ciudad en comparación con otras y, quizá más importante, la fase de cuarentena en la que ciertas localidades se encuentran. Este incremento en la demanda ha llevado a las autoridades de la ciudad a reducir la cantidad de canales dedicados a vehículos particulares, ampliando el espacio para la circulación y estacionamiento de bicicletas, de forma de mantener el distanciamiento físico necesario.
Pero Nueva York no es la única ciudad que ha pensando en la movilidad sostenible como una opción para mantener su funcionamiento el mayor tiempo posible. Desde el pasado 15 de marzo, la alcaldía de Bogotá decidió que 22 kilómetros de sus ciclovías, que usualmente funcionan sólo los domingos, permanecerán abiertas para descongestionar el TransMilenio y reducir así el riesgo de contagio del coronavirus en el transporte público, una movida que habla de la creatividad y capacidad de las ciudades en este escenario.
Fuente: Secretaría de Movilidad de Bogotá.
Una oportunidad de aprendizaje
A pesar de todos estos esfuerzos, la reputación del transporte público, la recuperación de la confianza y la pérdida del miedo al contagio llevará un tiempo, aún después de ser superada la etapa crítica de la pandemia. En ese sentido, las operadoras de transporte público deberán reformular su funcionamiento y adaptarse a las nuevas exigencias de los usuarios.
El Transformative Urban Mobility Initiative (TUMI) ha elaborado cuatro áreas de acción y una propuesta de marco conceptual para hacer frente a la propagación del coronavirus a través de una estrategia basada en evitar, cambiar, y mejorar: evitar para reducir la cantidad de viajes y uso no esencial del sistema del transporte público; cambiar a la adopción de nuevos modos de transporte más sostenibles y con menor riesgo de contagio, como caminar y manejar bicicleta; y por último, mejorar la calidad de los sistemas e infraestructura de transporte existentes, considerando nuevas medidas de higiene y limpieza.
Fuente: Transformative Urban Mobility Initiative (TUMI).
Estos procesos de adaptación suponen otro reto para los sistemas de transporte público a nivel global: un golpe económico. Las compañías y operadoras deben enfrentarse no sólo a una posible reducción a la demanda, sino también a un incremento de gastos debido a la inversión que necesitarán para adaptar sus operaciones a los nuevos estándares. Una estrategia acertada debe responder a ambos frentes, la eliminación del estigma y la recuperación económica del transporte público.
A pesar de todo esto, las ciudades no sólo han respondido rápidamente a la pandemia, sino que han establecido un sinfín de redes de colaboración en las que comparten sus iniciativas y estrategias, como Ciudades por la Salud Global, el COVID-19 Local Action Tracker de NLC, y muchas más.
Aún es muy pronto para predecir cuáles cambios traerá la pandemia del coronavirus a nuestras ciudades en el futuro. Lo que es seguro es que esta crisis nos da una gran oportunidad de trabajar por sistemas de movilidad más fuertes y resilientes, que nos permitan no sólo enfrentar con más éxito futuras contingencias como esta, sino también mejorar la calidad de vida en nuetras ciudades.
Foto de portada: Nikolai Elneser Montiel.