Estoy afuera, sal: el arte de hacer y mantener amigos en la ciudad

El lugar donde vives juega un rol fundamental en tu vida social.

Hay momentos y lugares donde es más fácil hacer amigos – en la escuela o universidad, en el trabajo, participando en algún club deportivo o actividad recreativa los fines de semana. Sin embargo, por más que conocemos personas interesantes, puede que no logremos establecer una amistad más allá del saludo cordial de vez en cuando. A veces incluso hay amistades de toda la vida con las que poco a poco se hace más difícil coincidir. Claro que esto puede suceder por mil razones – los intereses cambian, alguna de las partes abandona el espacio compartido, etc. Pero ¿cuánto de esta dificultad para hacer y mantener amigos está definida por el lugar donde vivimos y, más específicamente, por la forma en la que está diseñada nuestra ciudad?

Viviendo en Atlanta, una ciudad bastante tradicional en el sentido urbanístico estadounidense, me he percatado de cómo, con los años, la facilidad para reunirse influye muchísimo en la capacidad de tener una vida social activa. Más allá de los cumpleaños y los planes de los fines de semana, las visitas espontáneas o los cafés repentinos con amigos que pasan por el vecindario una tarde son clave para fortalecer las amistades, y es en esta forma de socialización donde el diseño de las ciudades puede influir de forma dramática.

Fotos: Gabriella Clare Marino, Unsplash.

Parte de la lógica de esta idea gira alrededor de que el tiempo dedicado a la planificación de un encuentro social es parte de los costos asociados con estas actividades. Esto no quiere decir que planificar un encuentro sea determinante, pero la “logística” necesaria sí influye en nuestra motivación para socializar; después de todo, qué difícil es pararse del sofá un domingo y montarse en un autobús 40 minutos para un almuerzo de hora y media (le pasa al amigo de un amigo).

Valdría la pena preguntarnos ¿cuál es nuestro radio de amistad? ¿cuánto estamos dispuestos a recorrer para un encuentro no planificado con amigos? Estos radios de amistad suelen ser más pequeños en áreas urbanas que en zonas rurales o suburbanas debido a los costos asociados al transporte, pero también a la facilidad de encuentro que ofrece la densidad urbana. Lo cierto es que el tiempo de viaje es un elemento clave y por eso, muchas veces, estar cerca de familiares o amigos es un criterio valioso al buscar una nueva vivienda.

¿Amigos para qué?

Muchas conversaciones sobre las oportunidades que brinda la ciudad están asociadas al éxito laboral o desarrollo económico de las personas. Por otra parte, cuando se habla de bienestar personal, es común que estas conversaciones se refieran a la salud física, sobre un estilo de vida activo y el acceso a servicios de salud. De lo que se habla poco es sobre el impacto emocional positivo que pueden tener las ciudades (a través del buen diseño urbano) desde la perspectiva de la sociabilidad.

Lo cierto es que las buenas amistades son altamente beneficiosas para la salud. El aislamiento y la soledad están relacionados con condiciones de salud adversas. Sobre todo en el caso de personas mayores, la soledad se vincula en gran medida con riesgos de alta presión arterial, enfermedades cardiovasculares, obesidad, debilidad del sistema inmunológico, ansiedad y depresión. Lo bueno es que en los últimos años se ha elevado considerablemente la conversación sobre la salud mental, y en ese respecto es importante resaltar el valor de las amistades y la vida social como necesidades básicas del ser humano.

Foto: Nikolai Elneser.

Además del acceso a espacios sociales donde se promueve y facilita la interacción con otras personas, otras temáticas del diseño urbano que tienen influencia directa en la salud mental son el acceso a áreas verdes que permiten despejar la mente; las zonas de actividad física donde las personas puedan hacer ejercicio; y los espacios seguros que les permiten estar tranquilas y sentir confort en su día a día.

Como el urbanismo nos conecta

Además de facilitar vernos con nuestros amigos, el diseño urbano también puede mejorar nuestra capacidad de conocer a nuevas personas al brindarnos más oportunidades de encuentro con extraños. El acceso a espacios públicos y diversidad de espacios comerciales, así como la calidad de las calles y densidad de actividades para múltiples audiencias nos expone al encuentro con los demás y nos permite establecer nuevas relaciones sociales.

Esto quedó aún más en evidencia durante los confinamientos sociales debido a la pandemia del COVID-19, cuando buscábamos desesperadamente espacios de interacción en las ventanas de tiempo en las que podíamos salir y cuando el acceso a parques y espacios abiertos era imposible para muchos.

Lo cierto es que la planificación urbana tiene un rol importante en definir esto a través de la zonificación. Sin embargo, la zonificación tradicional se enfoca en el uso del suelo y lo que sucede en la propiedad privada, pero poco explora lo que sucede en la calle o cómo responden los edificios a ella. Para influir con tanto nivel de detalle en la forma en la que nos relacionamos con el espacio y, en consecuencia, las posibilidades que tenemos de realmente encontrarnos con otros en él, es necesario afinar el ojo en las características de diseño que definen nuestro comportamiento a escala humana.

Foto: Nikolai Elneser.

Desde qué tan amplias son las aceras hasta qué tan cerca están los edificios en una calle o callejón, el tamaño de las ventanas de los frentes comerciales, y la calidad de la iluminación pública, son todos elementos claves que nos invitan a vivir un espacio público de una forma en la que podemos reconocer al otro y verle a la cara, conectando con las personas en vez de aislarnos de ellas. Para esto, el objetivo debe ser el de reducir las barreras que algunos modelos de desarrollo urbano imponen para la socialización y construcción de capital social, brindando más posibilidades de encuentro.

Una calle muy peligrosa para jugar

Un caso interesante sobre análisis de niveles de sociabilidad asociados a condiciones urbanas específicas es el de Donald Appleyard en su publicación de 1981, Livable Streets. Appleyard estudió tres calles de San Francisco bastante similares en todo menos en la cantidad y velocidad del tráfico vehicular que tenían. Su hipótesis se basaba en que el peligro, ruido y contaminación asociada a los carros reducía los niveles de sociabilidad en los vecindarios.

A través de una serie de entrevistas, el estudio demostró menores lazos sociales en la calle con mayor tráfico. Para lograr esto, Appleyard generó esquemas a partir de la información levantada para las tres calles donde cada línea significa una conexión entre personas (usa los controles o desliza las imágenes):

Mayor tráfico
Mediano tráfico
Menor tráfico
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Mayor tráfico
Mediano tráfico
Menor tráfico
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Fotos: Streetfilms Vlog, Revisiting Donald Appelyard’s Livable Streets.

Como muestran las imágenes, en el caso con menos tráfico las personas tenían muchos más amigos en su calle que en los casos con mediano y alto tráfico – en promedio, un residente de la calle de bajo tráfico tiene tres amigos vecinos, mientras que en la calle de alto tráfico el número es de menos de uno por residente.

Por su parte, los puntos indican donde la gente se concentra regularmente a hablar, jugar o pasar el tiempo con sus vecinos. De nuevo, en la calle con más tráfico no solo hay menos lugares de permanencia, sino que cada lugar concentra menos personas regularmente.

Además de mostrar cómo el modelo centrado en la movilidad vehicular puede afectar nuestras oportunidades de socializar en la ciudad, otro de los ejercicios realizados mostró el impacto que la presencia de autos tiene en nuestra percepción del vecindario como nuestro hogar. Para esto, a los participantes también se les pidió que marcaran el área que ellos definían como “hogar”. Mientras en el caso con menor tráfico las personas delineaban toda la calle, incluyendo las aceras y a veces los edificios aledaños, en la calle con más tráfico solo dibujan alrededor de sus apartamentos o, como mucho, el edificio donde vivían.

El recurso de la cohesión social

Ahora bien, no son sólo el diseño urbano o nivel de tráfico los culpables de que se nos haga fácil o no hacer amigos en la ciudad. Es importante recordar que también entran en consideración las características socioeconómicas de las personas. Por ejemplo, los ingresos de los miembros de una familia pueden influir directamente en su capacidad de tener una vida social activa. Personas con mayor necesidad económica puede que cuenten con menos tiempo para socializar porque, muchas veces, tienen más de un trabajo o les toma más tiempo llegar a sus lugares de trabajo, lo que reduce significativamente su tiempo libre.

Así mismo, las condiciones de las viviendas también juegan su rol en este tema. A personas que viven en condición de hacinamiento o en espacios muy pequeños les puede ser más difícil (quizá imposible) invitar personas a compartir en sus casas o preparar una cena para amigos, que también es un elemento importante para muchos. Y si en una ciudad no hay suficiente acceso a espacios públicos o parques, lo más probable es que los espacios de socialización disponibles estén asociados al consumo, lo que conlleva un costo extra.

La relación entre estatus socioeconómico y capacidad de socialización es compleja y puede tener cientos de aristas de análisis. Por ejemplo, un indicador relacionado tanto a la capacidad de mantener amistades y el estatus socio económico es la movilidad escolar. Que un niño cambie de escuela a mitad de año académico suele suceder por varias razones: dificultades económicas para pagar la matrícula o el precio de vivir en el mismo lugar, por lo que se debe mudar más lejos; conflictos familiares que dividen a los miembros de la vivienda; entre otros. Esto genera no sólo una interrupción en el proceso de aprendizaje de los niños, sino que también rompe los lazos de amistad construidos en el colegio que son vitales para el desarrollo infantil.

Foto: Nikolai Elneser.

Como resultado, comunidades con lazos sociales débiles pueden encontrarse en situaciones de desventaja para enfrentar retos políticos e institucionales con influencia en su calidad de vida. Un estudio elaborado en Santiago de Chile explora cómo residentes de barrios más pudientes presentan mayores niveles de cohesión social, lo que les da una ventaja para influir en las decisiones asociadas con el bien común y puede demarcar aún más las inequidades existentes.

Lo que queda claro es que las condiciones urbanas no son los únicos determinantes en nuestra posibilidad de hacer o mantener amigos, pero sí juegan un rol importante. Siempre hay que considerar las condiciones socioeconómicas y las características de la personalidad de cada quien. Desde la perspectiva del diseño urbano, valdría la pena pensar qué podemos hacer para hacer ciudades en las que todos tengamos una vida social activa, independiente de donde vivamos o cuánto dinero ganemos.


Foto de portada: Nikolai Elneser.

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