El urbanismo como oportunidad: superar la crisis sin ser superados

Reflexión sobre las ciudades y los que trabajamos para ella en conmemoración al Día Mundial del Urbanismo.

Después de mucho tiempo, posiblemente desde la Segunda Guerra Mundial, nuestras ciudades están en el epicentro de una crisis a escala global que afecta simultáneamente a los asentamientos humanos en todas las latitudes del planeta. Casi a diario presenciamos conversaciones y debates en la esfera pública en los que surge la interrogante respecto de si estaremos mejor preparados para la próxima pandemia. Sí, la próxima, porque nos percatamos que la incógnita ya no radica en si transitaremos nuevamente por eventos similares sino cuándo y, más importante aún es: ¿qué hemos aprendido?

Luces y sombras de la ciudad

Las ciudades no sólo son el lugar de origen, sino el epicentro donde las crisis se manifiestan de forma impetuosa. Aunque escenario de eventos a veces apocalípticos, son espacios en los que podemos construir e innovar, donde podemos generar bases sólidas que contribuyan a alcanzar un desarrollo sustentable, equitativo y justo para todos.

Las ciudades son espacios de resistencia. Su historia así lo indica. Por siglos han sido azotadas por desastres naturales, enfermedades mortales y guerras. Pero esta destrucción de los asentamientos humanos es lo que impulsó procesos de planificación en los siglos XVII y XVIII. Recordemos, por ejemplo, el incendio que destruyó gran parte de Londres en 1666 y la posterior reconstrucción de la ciudad con nuevos códigos legales y normativas urbanas.

Con la innovación y el progreso se instalaron también nuevos desafíos. Las primeras ciudades industriales en la Inglaterra del siglo XIX trajeron consigo un fuerte movimiento anti-urbano. Las nuevas aglomeraciones no eran el arquetipo de progreso prometido por un anhelado futuro industrial. El hacinamiento y las escasas condiciones sanitarias fueron caldo de cultivo para letales enfermedades.

Luego de las renovaciones emprendidas en diversas ciudades de Europa y América Latina, influenciadas por el movimiento higienista, las florecientes y crecientes urbes se vieron nuevamente asoladas; en esta ocasión por dos guerras mundiales. La historia cíclica de innovación – progreso – destrucción inició una vez más.

Nuestra crisis más reciente, conocida como COVID-19, quizás no ha sido tan mortal o devastadora como la Peste Negra o las guerras, pero sin duda ha dejado marcas físicas en nuestras ciudades: distritos comerciales vibrantes conocieron la desolación por varios meses; modernos rascacielos de oficinas convertidos en espacios a evitar por temor al contagio; parques, playas, sitios de recreación y entretenimiento se vieron por primera vez desiertos en los meses de verano cuando usualmente albergan numerosos visitantes.

¿Cómo las ciudades han enfrentado los ciclos históricos de vicisitudes y qué podemos aprender de ello?

El urbanismo como oportunidad

Los elementos que hoy están incorporados en la legislación urbana y que en la mayoría de las ocasiones damos por sentado, fueron por muchos años el anhelo de una creciente población que veía condiciones mínimas de calidad como una lejana aspiración. Las crisis nos han permitido innovar y ser más conscientes del entorno que habitamos. Por ejemplo, la Gran Niebla de Londres en 1952 que causó la muerte de miles de londinenses suscitó la Ley de Aire Limpio en 1956 y el cambio del carbón al gas.

La destrucción de las ciudades luego de la Primera y Segunda Guerra Mundial impulsó a los planificadores urbanos y tomadores de decisión política a reconstruir mejor. La planificación se vio en el centro de los esfuerzos de recuperación nacional dando paso a una nueva visión de un futuro más sostenible. Decenas de ciudades europeas abordaron los procesos de reconstrucción y regeneración bajo la premisa de que las ciudades debían ser mejores, lo cual permitió establecer consensos en cuanto a proveer más espacios abiertos, mejorar la circulación y proporcionar viviendas con estándares mínimos de calidad.

Históricamente, la capacidad de adaptación y reorganización de las ciudades ha mostrado la resiliencia de nuestras comunidades. La resistencia de las ciudades ha sido un activo valioso de nuestra historia ciudadana. La bandera que alzó Jane Jacobs con el gran título Muerte y vida de las grandes ciudades” aún sigue incólume. Debemos aceptar que las crisis aún no han terminado, forman parte de nuestra historia cívica. No superaremos más rápido sus repercusiones negándolas u omitiéndolas, más bien debemos esforzarnos por comprenderlas a fondo para reconstruirlas mejor (física y socialmente). Ésta será la “nueva normalidad” con la que tendremos que aprender a coexistir.

Desafíos soslayados

Aunque urgente y con consecuencias que condicionarán nuestras dinámicas en los siguientes años, la crisis mundial que nos afecta hoy día no es la única dificultad por superar. Grandes acontecimientos como esta pandemia nos permiten visualizar de forma más radical las crisis permanentes que enfrentamos. Por ejemplo, el COVID-19 reveló las profundas desigualdades socioeconómicas que afrontan distintas ciudades del mundo.  

Nuestras ciudades, si bien más avanzadas que los asentamientos de la era industrial, tienden a una urbanización dispersa, fragmentada y segregadora. Construimos barrios cerrados por miedo y rechazo a los “extraños”, centros de comercio exclusivos para un estatus socioeconómico específico, viviendas poco asequibles y alejadas de las centralidades laborales. En nombre de la competitividad se degradan territorios, se especula con el suelo y se construyen parques de lujosas oficinas con bajas tasas de ocupación. Los capitales financieros que se invierten persiguen beneficios a corto plazo y no establecen vínculos con el territorio. En diversas ciudades hemos visto que los más afectados por la pandemia son precisamente los que viven en condiciones de mayor vulnerabilidad urbana. Estos espacios urbanos poco inclusivos son un acicate para la consolidación de sociedades atomizadas.

De no aprender a responder apropiadamente los desafíos en miras de extender los beneficios de la ciudad de forma equitativa e integradora, difícil será salir airosos de las nuevas dinámicas que tensionan nuestro desarrollo: aumento del nivel del mar, estrés hídrico, migraciones masivas, hundimientos de ciudades, envejecimiento poblacional, etc.

Urbanismo a escala humana. Milán adapta sus calles durante la pandemia para proveer espacios de calidad a peatones, ciclistas y nuevos lugares de encuentro. Fuente: Demetrio Scopelliti.

Un abanico de opciones

Las ciudades del futuro son las de hoy. El futuro urbano se está construyendo cada día. ¿Se impondrán las ciudades competitivas, fragmentadas, desiguales y segregadoras o por el contrario predominará una vida urbana hecha de mixturas y continuidades, de convivencias demarcadas por la calidad del espacio público? Aunque algunas tendencias recientes son desalentadoras, no deben determinar nuestro destino. Debemos ser capaces de re-imaginar escenarios futuros y contrarrestar las fuerzas que han generado espacios urbanos anti-ciudadanos. Este futuro deseable no es precisamente las utopías urbanas que arquitectos, urbanistas, sociólogos y pensadores del pasado imaginaron para nosotros; serán más bien el resultado de las estrategias que promovamos los actores del presente.

¿Qué herramientas necesitamos?

Datos, datos y más datos

La preocupación por la crisis ambiental de las grandes concentraciones urbanas que trajo consigo la revolución industrial reveló la importancia de discutir alternativas y soluciones con datos que retrataran la gravedad de los problemas. Esto suscitó la realización de numerosos estudios y estadísticas que contribuyeron a cuantificar la pobreza y las necesidades de una población urbana cuyas tasas de mortalidad superaban a aquellas del medio rural.

A diferencia de las anteriores, la pandemia del COVID-19 se produce en la era del Big Data. Registrar y analizar información es más importante que nunca para tomar decisiones de política pública con foco en las comunidades más vulnerables. De no tener sistemas de información confiables, actualizados y accesibles podríamos seguir soslayando las necesidades de gran porcentaje de la población que históricamente ha sido invisibilizada.

Menos utopías futuristas, más ciudades a escala humana

Desde tiempos inmemoriales distintos pensadores han imaginado y proyectado ciudades ideales. Una especie de ejercicio que se basa en la premisa de que dibujar un plano en papel mágicamente supondrá que las ciudades se materializarán exactamente bajo esos precedentes. Platón propuso su ciudad ideal, la “Atlántida” y luego, desde la segunda mitad del siglo XIX, nuevos pensadores proyectaron sus ideas para intervenir las ciudades existentes. Transitamos así por los ecologistas urbanos como Ebenezer Howard con la Ciudad-jardín, por el gran transformador de París Georges-Eugène Haussmann, por la Ciudad industrial de Tony Garnier, por la Teoría General de la Urbanización de Ildefonso Cerdá y por la Ciudad Lineal de Arturo Soria. En décadas más recientes proliferaron las ideas del Nuevo Urbanismo, cuya versión hollywoodense podemos apreciar en la película “The Truman Show” filmada en Seaside, Florida.

Pero a partir de mediados del siglo XX las ciudades utópicas se ven interrumpidas por la necesidad de reconstruir y regenerar las devastadas urbes azotadas por la guerra. Pronto, el crecimiento y la expansión urbana fueron planteando nuevos conceptos como ciudad-región, ciudad-territorio, ciudad de ciudades, ciudad metropolitana, región metropolitana, en una especie de intento por nombrar un proceso urbano sin plan y sin proyecto. La rápida y desbordada urbanización sin ciudad nos ha desafiado a construir nuevos modelos más humanos.

Si algo nos permitió evidenciar las cuarentenas aplicadas en todo el mundo fueron las infinitas posibilidades que tenemos para hacer ciudades más amigables si tan sólo superamos la hipertrofia administrativa y burocrática que muchas veces nos detiene. En los últimos meses hemos podido apreciar el ensanchamiento de aceras, la eliminación de espacios de estacionamientos para albergar terrazas y lugares de encuentro, la habilitación de nuevas ciclovías y espacios para los peatones, el resurgimiento de la agricultura urbana, entre otras iniciativas. Ciudades en todo el mundo están trabajando por ecologizar sus vecindarios, mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y acercar las amenidades que la ciudad ofrece. Lejos de debatir sobre las ciudades futuristas al estilo de Los Supersónicos o Blade Runner, hoy se destaca la importancia de construir ciudades de 15 minutos.

La planificación de nuestras ciudades debe realizarse en un marco temporal dual donde podamos implementar intervenciones que nos permitan analizar aquello que funciona y aquello que debemos mejorar en el corto y mediano plazo, al mismo tiempo que establecemos el horizonte que queremos conseguir. La flexibilidad y adaptación a las nuevas dinámicas emergentes son herramientas claves para impulsar cambios reales que se ajusten a las necesidades de hoy sin comprometer los recursos futuros.

Conectando agendas

Por muchas décadas las ciudades han estado a merced de técnicos, académicos y políticos que actúan de forma aislada con agendas inconexas. Superar el sectorialismo tanto institucional como disciplinario es clave para lograr acciones integrales en el territorio. El urbanismo es una disciplina inevitablemente política que pivota en dos dimensiones: una técnica que estipula los mecanismos a ejecutar; otra política que supone servir de intermediadores entre los diferentes intereses y actores de la ciudad.

Las políticas públicas con foco en el territorio deben comprender y reflejar esa vinculación entre lo social, lo económico, lo político y lo físico. Para que una política pública pueda lograr sus fines y propósitos es necesario comprender en toda su magnitud el desafío a abordar y proyectar una agenda concertada con cuotas de responsabilidades.

Co-imaginar y co-producir el espacio

Existe una relación directa y dialéctica entre ciudad y ciudadanía. Siendo la ciudad el escenario donde se ejercen los deberes y derechos ciudadanos, nuestro entorno urbano condiciona el ejercicio democrático. Las ciudades que excluyen a parte importante de la población y priorizan algunos derechos por sobre otros, socavan las posibilidades de consolidar sociedades justas y democráticas.

La ciudad es más proceso que estructura. Otorgar mayor importancia a la estética por sobre el uso de los espacios y cómo estos pueden ser inclusivos y servir a las necesidades de la mayoría, es ignorar que las ciudades son organismos vivos que se forjan con la acción de sus ciudadanos y no con la cantidad de ladrillos y cemento que vertimos sobre ellas. Eso nos obliga a un aprendizaje constante sobre lo que significa hacer urbanismo y construir ciudad. Entender los desafíos reales y proyectar escenarios futuros que recojan las necesidades y deseos de la mayoría implica una coproducción del espacio; un proceso colaborativo y de retroalimentación constante entre la academia, los técnicos y profesionales, el sector público, el sector privado y la sociedad civil.

Convicciones al cierre

El urbanismo no es ni puede ser una disciplina estática. La ciudad es un flujo permanente en la que debemos reconocer las tendencias en curso, a veces contradictorias y decidir cuáles son los procesos que debemos frenar o potenciar. La planificación urbana nos permite caminar y aprender del trayecto, establecer un horizonte para construirlo conjuntamente más que un catálogo de proyectos que se implementan como algo definitivo e inalterable.

Después de todo, las ciudades siempre han demostrado una capacidad extraordinaria para recuperarse. Con todas sus vicisitudes, siguen siendo los lugares más deseables para vivir. A pesar de los desafíos, seguirán siendo lugares de innovación y experimentación. Cabe preguntarse cuál será nuestro papel para enfrentar las subsecuentes crisis locales y mundiales y en qué medida contribuiremos a alcanzar el bienestar colectivo.

Cuatro premisas adoptadas del “Proyecto Aleop!” – Foro de ideas optimistas para guiar la reflexión:

1. No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo.

2. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar “superado”.

3. Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones. La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia.

4. En vez de esto trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora que es la tragedia de no querer luchar por superarla (Albert Einstein).

Como urbanista pero, ante todo como ciudadana, celebro hoy día a nuestras ciudades, a estos espacios que hacen posible construir y reconstruir nuestra realidad pese a las adversidades, que nos brindan la oportunidad de encontrarnos.


Foto de portada: Transecto.

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