Rescatando espacios públicos de la violencia, más allá de la intervención física

En Caracas, vecinos e instituciones locales diseñan agendas programáticas para recuperar una plaza como espacio para todos.

Al oeste de Caracas, en el corazón de la parroquia La Vega, se encuentra la Plaza Bolívar del casco fundacional del sector. Rodeada de una vibrante actividad económica y múltiples equipamientos urbanos, la plaza tiene el potencial de ser un punto focal para la dinámica urbana de la zona, cuenta con árboles que le dan sombra y mobiliario y jardines para sentarse. Sin embargo, después de una serie de talleres realizados en uno de los colegios adyacentes a la plaza, descubrimos que sucedía todo lo contrario: la plaza era un espacio a evitar, en el que daba miedo permanecer.

¿Cómo es posible que un lugar con una ubicación así de privilegiada y con características físicas tan propicias para el encuentro sea un espacio temido y abandonado por los vecinos?

Lo que sucedía en la Plaza Bolívar de La Vega era que la frecuentaban grupos de jóvenes ociosos que solían acosar a los niños al salir de clase o consumían drogas frente a ellos. Los profesores de las instituciones también mencionaron que en ella eran comunes los robos tanto a niños como a otros transeúntes. A raíz de esto, la respuesta de la comunidad fue abandonar el espacio, protegerse cediendo y limitando sus actividades muros adentro. Pero ¿cómo recuperar la vida de un lugar que parece tener cubiertos todos los elementos para rebosar de encuentros?

La violencia se concentra

Uno de los proyectos de Caracas Mi Convive, una organización que trabaja por la prevención de violencia a través de estrategias sociales, se enfoca en la identificación de puntos calientes de violencia por medio de talleres comunitarios donde los vecinos dibujan en grandes planos de su comunidad los lugares en los que se sienten inseguros y por qué. Este proyecto permitió conocer la realidad de la Plaza Bolívar de La Vega. En todos los talleres, los profesores y alumnos de los colegios adyacentes mencionaron su incomodidad ante la presencia de los grupos externos en los espacios de la plaza.

El aprendizaje principal de las comunidades participantes en los talleres es que la violencia se concentra de forma diferente en lugares y en personas, y que existen condiciones físicas y sociales que son propicias para el crimen. A nivel urbano, estos factores suelen ser callejones sin iluminación o sin salida, esquinas y recovecos donde esconderse, salidas de bares o lugares con venta de bebidas alcohólicas, entre otros. Estas características están asociadas a la concentración de la actividad delictiva y, en algunos casos, pueden reducirse los niveles de violencia a partir de estrategias muy sencillas de intervención de espacios.

Foto: Nikolai Elneser Montiel

En el caso de la plaza era difícil pensar en elementos físicos que influyeran en los constantes robos y la percepción de inseguridad: era un espacio abierto, con iluminación y presencia de equipamientos urbanos importantes. Sin embargo, al detallar la forma en la que estos equipamientos y edificaciones interactuaban con la plaza, surgieron algunos descubrimientos.

Lo que no muestra un plano

A la plaza la rodean tres colegios, una iglesia, una biblioteca infantil, un pequeño teatro y una oficina del registro civil, además de varias viviendas de estilo colonial. Todas estas edificaciones tenían algo en común: negaban la plaza con fachadas de muros ciegos, de pocas o ninguna ventana que permitiera permeabilidad entre los espacios internos y externos. Además, ante la inseguridad, ni los colegios ni el resto de las instituciones adyacentes promovían su uso, por el contrario, recomendaban a los estudiantes no permanecer allí para evitar ser víctimas de robo. Como consecuencia de este falso resguardo, el espacio estaba vacío la mayor parte del tiempo.

Muchas teorías, asociadas también a la de puntos de concentración de violencia, establecen que los espacios abandonados son propicios para el crimen debido a que existen menos ojos en la calle, un término popularizado por Jane Jacobs y adoptado de múltiples formas en la práctica del diseño urbano. El concepto de ojos en la calle hace referencia a la exposición que tiene un espacio público a la vista de transeúntes o personas desde sus viviendas y trabajos, lo que da mayor sensación de seguridad.

Debido a esto, el cierre de los espacios adyacentes a la plaza podía considerarse tanto causa como consecuencia de la percepción de inseguridad que dominaba el espacio.

Foto: Nikolai Elneser Montiel

Otro factor relacionado al abandono del espacio es que las actividades que allí se daban no eran muy diversas en términos de horario y audiencias. Con tres colegios de gran tamaño y algunos otros equipamientos sociales, la vida de la plaza estaba casi completamente definida por los horarios de entrada y salida de clases, mientras que el resto del día, había mucho menos movimiento. Aquí influye otro elemento mencionado por Jane Jacobs, la importancia de la diversidad de usos y actividades que rodean un espacio público.

La mayoría de estos factores que parecen jugar un rol importante en la seguridad de la plaza desde una perspectiva urbanística no suelen aparecer en un plano, sino que demandan considerar las percepciones y sensaciones que el entorno construido y las dinámicas que él facilita producen en las personas.

A partir de estas notas, y con el apoyo de estudiantes de arquitectura de la Universidad Central de Venezuela y el equipo de Incursiones, una organización de experimentación de dinámicas urbanas en el espacio público, se empezaron a trabajar ideas de cómo transformar este espacio.

Un proceso de toma y control

A partir de los talleres de prevención de violencia de Caracas Mi Convive se diseñan agendas de intervención de los espacios identificados como puntos calientes. Estas agendas incluyen intervenciones espaciales, procesos de organización comunitaria para la exigencia de servicios públicos y la coordinación de actividades socioculturales, dependiendo de los detalles del espacio a recuperar y los recursos disponibles en la comunidad.

Para la construcción de un plan de recuperación, la Plaza Bolívar de La Vega contaba con ventajas muy específicas: las mismas instituciones que se cierran física y programáticamente al espacio tenían agendas propias y objetivos comunes, así como una gran capacidad de congregación de personas, de modo que el reto de la intervención era coordinar esfuerzos entre instituciones y diseñar planes de apropiación a partir de sus actividades regulares.

Tanto las actividades organizadas por Caracas Mi Convive como las propuestas elaboradas por el equipo de Incursiones y los estudiantes de arquitectura de la Universidad Central de Venezuela se basaban en la participación de todos los actores en actividades extramuro que permitieran a los diferentes grupos de estudiantes interactuar entre sí. Se realizaron presentaciones culturales, jornadas de limpieza, eventos para niños y prácticas de bandas musicales de las escuelas en la plaza de forma que el espacio público se transformaba en una extensión de las mismas instituciones, un nuevo patio para las escuelas donde la actividad era más recurrente.

Lanzamiento de El Punto en la Plaza Bolívar de La Vega, intervención urbana y programa educativo de Incursiones. Fotos: Incursiones

Lo que sucedió durante estos eventos fue que, al llegar el grupo de jóvenes que usualmente tomaban el espacio, no se quedaban, buscaban un lugar para ubicarse pero ante la actividad y presencia de niños en diversas actividades, no lo conseguían. Su presencia allí dependía de la soledad que caracterizaba la plaza.

Es así como la recuperación de la Plaza Bolívar de La Vega se basó en una estrategia de toma y control, donde la comunidad del sector, los colegios, iglesia y grupos culturales que se ven afectados por el problema asumieron un rol protagónico en la recuperación del espacio. No fue una intervención física sino una social a partir de la coordinación de diversos actores locales lo que logró cambiar la percepción que había de la plaza.

Planificación para las personas

Sin embargo, estas acciones puntuales son solo efectivas de forma temporal. Sin el apoyo de otras instituciones de coordinación cultural o de seguridad que se integren al establecimiento de una agenda permanente de activación del espacio público es difícil una transformación de la percepción sobre el espacio a largo plazo. Esto refuerza el rol de las alcaldías y oficinas gestoras de parques y plazas en la consideración de agendas programáticas como parte de sus modelos de trabajo, donde es fundamental involucrar a los actores afectados y beneficiados, así como a instituciones con la capacidad de influir en la implementación de esas agendas.

Por otra parte, las estrategias de prevención de violencia a través de acciones urbanísticas no son nuevas, existen miles de ejemplos alrededor del mundo sobre cómo intervenciones físicas de pequeña escala pueden alterar las dinámicas locales, reduciendo la incidencia delictiva. En uno de los sectores más pobres de Ciudad del Cabo en Sudáfrica, Khayelitsha, la iniciativa VPUU (Violence Prevention through Urban Upgrading) logró reducir los homicidios en un 33 por ciento a través de la construcción de pequeños equipamientos comunitarios que ofrecen diversas actividades para los vecinos.

Las instalaciones de VPUU cuentan con un diseño innovador que las hace resaltar en la comunidad e iluminan su alrededor, pero más allá de sus características físicas, son los programas sociales y actividades que suceden en estos módulos los que cumplen un rol en la prevención del delito. En ellos se ofrecen programas de atención a la juventud en riesgo a través de agendas culturales y deportivas, donde participan también trabajadores sociales.

Bajo este mismo modelo que contempla la agenda programática dentro del proceso de diseño urbano, los estudiantes de la Universidad Central de Venezuela presentaron sus propuestas para la Plaza Bolívar de La Vega. Algunos se enfocaron en la activación económica de su envolvente para diversificar las actividades y horarios de uso, mientras otros grupos diseñaron mobiliarios orientados a la socialización entre actores locales.

Foto: Caracas Mi Convive

Actividades de integración entre actores relacionados con la Plaza Bolívar de La Vega. Foto: Cracas Mi Convive

Prevenir la violencia en esta plaza de manera sostenida requerirá de una concepción del espacio urbano como un espacio de todos, aprovechando su potencial para el encuentro, en vez de abandonarlo. La Plaza Bolívar de La Vega y casos similares refuerzan el valor de entender el urbanismo como un proceso más allá del diseño y regulación del espacio público a gran escala, reconociendo el rol de la profesión en la construcción de procesos sociales y económicos a partir de la configuración del espacio y los actores que hacen vida en las zonas urbanas.

Para construir ciudades para las personas es necesario ponerse en los zapatos del peatón, de quien camina y siente sus calles, e identificar qué detalles físicos y sociales nos hacen disfrutar de estar en un lugar sin la necesidad de un falso resguardo. Nuestro rol como técnicos requiere de un entendimiento de nuestras emociones en el espacio público y la ciudad en la que vivimos, no en fórmulas prescritas en un plano. Después de todo, no es el orden ni la simetría de los elementos físicos lo que buscamos, sino mejorar la experiencia de las personas en la ciudad, su hogar.


Foto de portada: Caracas Mi Convive

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