Los grandes estadios de las ciudades: más allá de lo deportivo

¿Son beneficiosas estas mega instalaciones? ¿Qué impactos genera su construcción?

Los estadios deportivos no sólo son una referencia geográfica en las ciudades modernas sino también se han convertido en una referencia cultural y social. Desde Olimpia hasta Roma, los estadios se emplazaban en el centro de las ciudades occidentales – mucho antes que las grandes catedrales medievales – impulsando el desarrollo económico y cultural de los centros poblados.

Con el mundial de Qatar, muchos fanáticos han estado a la expectativa de conocer las nuevas instalaciones construidas para el evento deportivo; no obstante, en un país en el cual el fútbol no se vive con la misma intensidad que en Europa o América Latina, cabe preguntarse cuál será el uso de estas construcciones una vez finalice la cita mundialista para que no caigan en deterioro como algunas instalaciones construidas para los Juegos Olímpicos.

Este cuestionamiento abre las puertas a nuevas inquietudes sobre la utilización de estos espacios que requieren gran cantidad de terreno y que, muchas veces, se sitúan en los centros neurálgicos de las ciudades conllevando alteraciones importantes en las dinámicas urbanas. ¿Son los estadios un buen negocio para las ciudades? ¿Cuáles son los beneficios sociales y urbanos que generan?

La localización ¿importa?

Al igual que los antiguos anfiteatros de Roma donde se celebraban los encuentros deportivos, muchos estadios se emplazan hoy día en los centros económicos de las ciudades modernas. Bien sea porque el crecimiento y la expansión urbana han circundado las instalaciones que una vez estuvieron localizadas en las periferias, o que efectivamente hayan sido construidas intencionalmente en lugares centrales de las ciudades, lo cierto es que las actividades que se celebran en ellos generan impactos en el entorno.

En términos de movilidad, los estadios emplazados en los centros urbanos son más accesibles, no obstante, los vecinos que habitan en las cercanías sufren normalmente el ruido que generan las actividades que se celebran, el tráfico, autos estacionados en lugares no habilitados y hasta las sombras que producen estas instalaciones sobre las calles o edificios que colindan con la estructura deportiva (Ej: Estadio Apostolos Nikolaidis, Atenas).

Ahora bien, entendiendo que cada vez se hace más complejo encontrar un lote disponible en las ciudades, en las últimas décadas los estadios se han construido en áreas suburbanas rodeados de grandes extensiones de estacionamientos. Estos, en general, no presentan mayor integración con el entorno ya que el recinto solo sirve a la actividad deportiva, no generan impactos importantes en la actividad económica del sector y son menos accesibles al no existir suficientes opciones de transporte público en estas zonas, obligando a los asistentes a movilizarse en autos particulares.

¿Cuál es la mejor localización entonces para un estadio? Aunque no existe consenso definitivo respecto a la mejor ubicación, la mayoría concuerda que, para que un estadio sea exitoso como infraestructura urbana, debe impulsar zonas de servicios para antes y después de los encuentros deportivos y no convertirse en un nodo al cual los asistentes buscan llegar y salir con la máxima rapidez posible. En algunos casos, la infraestructura deportiva puede convertirse en un catalizador importante para la regeneración urbana (ej. Camden Yards, Baltimore), sin embargo, es importante resguardar los derechos ciudadanos de las comunidades que pueden verse afectadas con su construcción.

Muchos complejos deportivos tienen escasa o nula integración con el entorno y ocupan un importante espacio para estacionamientos. Harry S. Truman Sports Complex, Kansas City. Foto obtenida de Jackson County.

Los estadios son beneficiosos para… ¿todos?

En términos sociales y urbanos, la construcción de estas megainstalaciones deportivas ha generado muchas veces desplazamiento y gentrificación. Las poblaciones más afectadas son aquellas con menos recursos económicos y oportunidades de movilizarse a otros sectores, quienes se ven finalmente desplazadas por la localización de estos recintos o porque la especulación inmobiliaria en torno a la nueva construcción genera un considerable aumento de los precios del suelo y alquileres.

Un ejemplo de este fenómeno se observa en Los Ángeles en donde históricamente las comunidades latinas y afroamericanas han sido desplazadas y expulsadas de sus hogares por la construcción de nuevos estadios. El lugar donde se emplaza hoy día el estadio de los Dodgers estaba conformado por tres vecindarios mexicano-estadounidenses (Palo Verde, La Loma y Bishop) en un área conocida como Chavez Ravine. En la década de los 40’s la ciudad designó estos vecindarios como “deteriorados” o “marginales” como una estrategia para la expulsión de sus residentes con la excusa de construir vivienda social e iniciar un proceso de regeneración urbana. Durante los años siguientes, la población fue desalojada y desplazada con poca o ninguna compensación para dar paso, finalmente, a la construcción del estadio de béisbol.

Años después de este acontecimiento y a pocos kilómetros del estadio de los Dodgers, se emplazó el estadio SoFi (conocido como el más caro del mundo). Los residentes desplazados para su construcción fueron, nuevamente, comunidades afroamericanas y latinas. Mientras el recinto estaba en desarrollo, los vecinos recolectaron más de 20.000 firmas para que el proyecto se sometiera a votación, no obstante, el Ayuntamiento votó por unanimidad continuar con el proyecto sin abrir un espacio para que la comunidad y las autoridades debatieran sobre la integración del estadio con los vecindarios aledaños y el destino de quienes se verían afectados.

Rentabilidad: ¿utopía o realidad?

El financiamiento de las instalaciones deportivas y los impactos económicos que generan en las comunidades donde se emplazan, suele ser el principal tema de debate cuando se propone la construcción de un nuevo estadio. Los defensores apuntan a que existen mejoras en la economía local porque generan oferta laboral durante la construcción, las personas que trabajan para los equipos o que asisten a los juegos invierten recursos en la comunidad ampliando el empleo local y los juegos atraen turistas e inversión a la ciudad. Este efecto multiplicador aumenta los ingresos locales y, en consecuencia, generan más oportunidades de empleo.

No obstante, los detractores afirman que las nuevas actividades pueden perjudicar la economía local al “desplazar” o reemplazar otros eventos y encuentros recreativos que podrían generarse en las comunidades. Esto es quizás más evidente cuando los recintos albergan eventos masivos como los Juegos Olímpicos o el Super Bowl en Estados Unidos. Las voces en contra alegan que la economía local no se ve mayormente beneficiada y que la mayor parte del gasto que se genera en los estadios y sus entornos suelen sustituir otros gastos recreativos en esas comunidades como el cine, teatro o los restaurantes.

Pero más allá del beneficio o impacto económico local que genera el emplazamiento de un nuevo estadio, el principal cuestionamiento reside en su financiamiento. En algunos países como Reino Unido los equipos deportivos suelen ser dueños de sus instalaciones y son quienes, mayormente, financian su construcción a través de una combinación de préstamos bancarios, desarrollo inmobiliario y financiamiento privado. Sin embargo, en países como Estados Unidos, gran parte del capital proviene de las ciudades.

Históricamente, en Estados Unidos los estadios solían ser de propiedad privada, pero en las últimas décadas los equipos deportivos han presionado cada vez más a los municipios para que las construcciones se realicen con subsidios públicos y exenciones fiscales con el argumento que las nuevas instalaciones estimulan el crecimiento económico y se autofinancian: los subsidios se compensan con los ingresos de los impuestos en las entradas. No obstante, algunos estudios afirman que ninguna instalación reciente se ha autofinanciado en términos de su impacto en los ingresos fiscales y que los beneficios económicos de las instalaciones deportivas en las ciudades son mínimos.

En algunos casos europeos, como en Reino Unido, las instalaciones deportivas que contemplan fondos públicos se han vuelto impopulares. El Estadio de Londres, sede de los Juegos Olímpicos de 2012, se ha convertido en una frustración creciente dado que sigue costando dinero a los contribuyentes. Construido con un monto inicial de £486 millones de libras esterlinas, requirió £323 millones adicionales para adaptarlo para el uso del West Ham United Football Club. Aunque el club de fútbol de la Premier League paga una renta anual, esta no llega a cubrir los gastos de funcionamiento.

Aunque los estadios construidos con financiamiento privado se están volviendo más comunes, no han estado exentos de controversias. Algunos temas que siguen generando debate son: la apropiación “sospechosa” de tierras o las expropiaciones sin suficiente compensación para los afectados, los créditos fiscales que se otorgan a algunas de estas empresas, la evasión fiscal, la evasión regulatoria de ciertas normativas urbanas y medioambientales, el desvío de recursos públicos para sustentar la infraestructura complementaria al estadio, entre otros.

Más allá de recintos deportivos

¿Es posible pensar en los estadios como algo más que una infraestructura rodeada de grandes estacionamientos que permanecen vacíos la mayor parte del tiempo? Dos estrategias han cobrado auge en los últimos años: el estadio como centralidad urbana multifuncional y como central eléctrica.

La tendencia de los estadios como centrales eléctricas se centra en que estas infraestructuras pueden contribuir en la generación de energía que no sólo sirva para su propio funcionamiento, sino que provean de electricidad a una red interconectada de edificaciones. Su gran superficie permite la instalación de paneles fotovoltaicos, una idea que fue aplicada en el Estadio Nacional de Kaohsiung de Taiwán, inaugurado en 2009. Con 8.844 paneles fotovoltaicos que producen hasta 1,14 GWh de electricidad al año, es el primer estadio que genera el 100% de la energía que utiliza y suministra hasta el 80% de la electricidad del área circundante cuando la instalación deportiva no está en uso. Otros estadios como el Freiburg Mage Solar Stadium y el Amsterdam Arena han ido replicando esta iniciativa.

Paneles fotovoltaicos del Estadio Nacional de Kaohsiung, Taiwán. Foto: Tom Wang.

Respecto a la multifuncionalidad, han estado cobrando fuerza varias ideas para transformar los estadios monofuncionales en centros de desarrollo de uso mixto, adaptándolos para albergar espacios públicos y servicios como hoteles, centros de conferencias, restaurantes, áreas de juegos para niños y niñas, tiendas minoristas, entre otras actividades. Esto no solo permitiría un uso más eficiente del suelo, sino que contribuiría a la regeneración urbana de las localidades en donde se emplaza. En Reino Unido, las instalaciones de uso mixto del Wembley Stadium se han convertido en un modelo deseable para otros estadios como, por ejemplo, el Fulham FC Riverside Stand que está desarrollando una renovación que se extenderá al paseo marítimo albergando viviendas y distintos servicios.

En la nueva era del streaming, la asistencia presencial a los estadios también plantea nuevas inquietudes. Algunos consideran que la concurrencia a los recintos deportivos se irá reduciendo, lo que conducirá a que las instalaciones sean más pequeñas (en términos de la capacidad del público) pero más lujosas. Otra posibilidad es que se integren en proyectos comerciales y residenciales en desarrollos de usos múltiples, como lo planteado en el plan maestro del Coliseum City en Oakland.

Potenciar la regeneración urbana a través de instalaciones deportivas

En distintas épocas, los estadios han adquirido nuevos valores y usos y se han adaptado al desarrollo de las ciudades: han servido como recintos militares en tiempos de guerra, zonas de refugio ante desastres naturales y sitios de entretenimiento deportivo y cultural. Más recientemente, se han convertido en un campo de experimentación tecnológica para la sustentabilidad.

Las instalaciones deportivas pueden contribuir a la construcción de identidades colectivas, pero para ello, es importante que generen polos de desarrollo que incentiven vínculos comunitarios y económicos perdurables, sustentables y que sean espacios equitativamente beneficiosos para todos. Construir un nuevo estadio es un esfuerzo emocionante, pero es fundamental que tanto los números como los impactos urbanos y sociales tengan sentido para las ciudades, la comunidad y las demás partes interesadas en su funcionamiento.

Desde el punto de vista urbano, es necesario que las jurisdicciones locales establezcan las regulaciones necesarias en torno a la construcción de nuevos recintos deportivos. Por una parte, prever el mínimo desplazamiento de las comunidades aledañas y las compensaciones necesarias (y suficientes) para aquellos que se vean afectados con la nueva instalación. Por otra, es imperante que se establezcan regulaciones y normativas que propicien la optimización de los usos del suelo y que se resguarden los recursos medioambientales. Finalmente, es importante que exista una voluntad política para garantizar que los nuevos estadios promuevan un impacto positivo a la ciudad, creando corredores de cultura y ocio accesibles para todos. Si los nuevos estadios se basan solo en un gran centro deportivo rodeado de estacionamientos, la calidad del espacio público será pobre, la oferta cultural será insuficiente y el efecto positivo sobre el entorno será mínimo.


Foto de portada en base a Sergio Souza.

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